"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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05-10-2011 |
Libia y Chile
Elevar la mirada más allá de la comarca uruguaya es un deber internacionalista y una fuente inagotable de enseñanzas. A la crisis del sistema que sacude intensamente a los centros imperialistas de occidente (EE.UU. y la Unión Europea), se agregan noticias sobre los acontecimientos de dos países del otrora denominado Tercer Mundo o ahora Sur, Libia y Chile. Y aunque no sea visible al ”sentido común” Libia y Chile están ligados entre sí, y aún más, a la crisis del centro del sistema.
Durante la inmediata pos-guerra, en 1951, Libia se independiza merced al acuerdo entre la decadente Gran Bretaña y la Sanousiyya, cofradía musulmana del Sahara. Su pobreza hacía que se le conociera como el “Reino del Vacío” y su única exportación fuera la chatarra recogida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pronto se descubre petróleo de calidad en abundancia y una ley de 1955 asegura que haya varias concesiones simultáneas y limitadas a cinco años. La exploración comienza en 1961 y la efectúan diecinueve compañías. En 1969 -año de la “Revolución de los Coroneles” liderada por Gadafi, el extenso país apenas posee dos millones y medio de habitantes, una sociedad tribal en que el 75 por ciento de la población son beduinos del desierto y donde tan sólo hay tres grandes ciudades (Trípoli, Benghazi y Misurata). Gadafi busca exitosamente que se paguen mejores precios por el crudo y agudiza la competencia entre las compañías. Más adelante nacionaliza empresas, robustece a la empresa estatal y como díscipulo del egipcio Nasser, busca el camino nacional libio, diferente al capitalista y al soviético, plasmado en el “Libro Verde” un texto de tipo colectivista. En 1972 se liquida a la monarquía, comienza la República Árabe, se pregona una orientación socialista y se proclama el “poder del pueblo” basado en un régimen de comités populares y comités revolucionarios. Sin embargo, una sociedad muy atrasada (desde el punto de vista del desarrollo capitalista) impide que los enunciados avanzados se realicen y la situación se degrada hasta que los centros de poder politico y militar son copados por allegados a la familia del líder, se controla a la población, se impide el ejercicio de libertades y se empuja a vastos sectores reprimidos a la insurrección.
No obstante, el régimen enfrenta otros desafíos. Desde 1979 EE. UU. declara que el régimen libio apoya al terrorismo y comienza una serie de actos de presión diplomática, económica y militar. La década de los 90 es particularmente crítica agudizándose el descontento general y las tentativas de derribar al régimen. Para conservar el poder, Gadafi deberá hacer concesiones graves y alinearse con Washington en la guerra “contra el terrorismo” . Pese a ello, actualmente la OTAN interviene directamente en el conficto interno con la clara intención de apoderarse del petróleo libio. Y en este punto, la izquierda y los pueblos del mundo no deben permanecer indiferentes. No se trata de defender a Gadafi ni de embanderarse con sus opositores. Se trata de enarbolar las banderas proclamadas en la Conferencia de Bandung (1955) y reconocidas por la ONU: la defensa de la no intervención y la no injerencia en los asuntos internos de otros países y el derecho de cada nación a la autodeterminación. Si la Libia de Gadafi en muchos aspectos es criticable, y ha demostrado la incapacidad del régimen de convertir su poder en hegemonía de las clases populares (esto es, sobre la base del convencimiento, de la autogestión popular), el régimen post-Gadafi patrocinado por la OTAN no augura hechos positivos para el pueblo libio, cuyos más sanos combatientes tendrán a su lado, un enemigo disfrazado de “aliado” .
Lo de Chile es más conocido. Tras la dictadura del Gral. Pinochet -laboratorio mundial del neoliberalismo- la Concertación condujo una moderada reapertura democrática mientras mantuvo la orientación recibida, esto es, su visión capitalista y aperturista hacia el imperialismo, demostrada con la sucesión de TLCs, incluido con EE.UU. Considerado “modelo” para autodenominados pragmáticos (el ex presidente Tabaré Vázquez, el actual vice Danilo Astori, para nombrar a los más prominentes) desde la izquierda advertimos que las reformas sociales acompañadas por esa orientación económica terminarían haciendo naufragar la experiencia en beneficio de la derecha. Incapaz de virar a la izquierda, la Concertación abonó el terreno para la derecha, para Piñera, ante la indiferencia de las masas populares.
Desde entonces, las medidas adoptadas por éste -y reclamadas en Uruguay por los partidos tradicionales- han hecho que se agrave el conflicto con los mapuches, con los estudiantes y con los trabajadores, y la consecuencia es la exasperación de la violencia represiva y la contraviolencia popular. La (CUT) Central Unitaria de Trabajadores ha hecho un paro de 48 horas para apoyar a los estudiantes en lucha por una educación pública gratuita y de calidad, y una reforma constitucional que habilite un plebiscito acerca de la enseñanza. Se reclaman cambios en la política económica y tributaria, mayor control estatal sobre los recursos naturales y políticas que aseguren el acceso a la vivienda y la salud. La lucha de clases es aguda y hay muerte en las calles..
El Gran Capital con sus instituciones internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, etc. ) salva a los bancos y al capital financiero, hundiendo en mayores ajustes y restricciones a los pueblos de Estados Unidos y de la Unión Europea, comenzando por los países más pobres (Grecia, Irlanda, Portugal). El Gran Capital con su institución militar (la OTAN) agrede a los pueblos del mundo en pos de la obtención de las riquezas naturales (hoy petróleo, mañana agua). El Gran capital, a través de los medios masivos de comunicación, miente y ampara el intervencionismo.La derecha -que los representa políticamente- desde los gobiernos conquistados, agrede a los pueblos aborígenes, a los estudiantes, a los trabajadores. El poder económico, el militar y el comunicacional se unen para defender a la burguesía dominante. Frente a ellos, las clases, capas y sectores populares emprenden una lucha dura, cuyo éxito dependerá de la adquisición de conciencia de clase para sí, con objetivos socialistas.
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